La radiación cósmica es un flujo de partículas de muy alta energía que viaja por el espacio y llega de manera constante a la Tierra. Estas partículas provienen de fenómenos violentos en el universo, como explosiones de supernovas, núcleos galácticos activos o el colapso de estrellas masivas. Al penetrar en la atmósfera terrestre, generan lluvias de partículas secundarias que los científicos pueden detectar con instrumentos especiales.
Aunque invisible al ojo humano, la radiación cósmica ha sido clave para comprender la estructura del universo. Su estudio permite conocer mejor el origen de las estrellas y la dinámica de las galaxias. Estas partículas son tan veloces que, en muchos casos, viajan a velocidades cercanas a la de la luz, lo que les otorga un enorme poder de penetración.
Para los astronautas y los viajes espaciales, la radiación cósmica representa un desafío, ya que la exposición prolongada puede afectar la salud. Por eso, en las misiones espaciales se estudian medidas de protección que reduzcan el riesgo. Aun así, su detección en la Tierra no representa un peligro para la vida, porque la atmósfera y el campo magnético terrestre actúan como escudos naturales contra gran parte de esta radiación.