El desierto es un bioma caracterizado por su extrema aridez, ya que recibe muy pocas precipitaciones anuales, a menudo menos de 250 mm. Esta escasez de agua condiciona tanto la vegetación como la fauna. Los desiertos presentan grandes variaciones de temperatura: durante el día pueden superar los 40 °C y por la noche descender por debajo de 0 °C.
Los suelos son arenosos o rocosos, con poca materia orgánica, lo que limita el crecimiento de plantas. Sin embargo, la vida ha encontrado formas de adaptarse a este entorno hostil. En la vegetación destacan cactus, arbustos espinosos y hierbas resistentes, que almacenan agua en sus tallos o raíces. Los animales, como camellos, zorros del desierto, serpientes, escorpiones y roedores, han desarrollado adaptaciones como actividad nocturna o capacidad para conservar líquidos en su organismo.
Existen diferentes tipos de desiertos, como cálidos (Sahara, Atacama) y fríos (Gobi, desierto de la Patagonia). A pesar de su aparente esterilidad, los desiertos cumplen un papel ecológico importante al albergar especies únicas y ser reguladores de climas regionales. No obstante, el cambio climático y la desertificación amenazan con ampliar estas zonas, lo que afecta tanto a la biodiversidad como a las comunidades humanas que dependen de ellas.